Hasta noviembre inclusive expone ejemplos de la historia, la literatura, el cine y las artes plásticas realizando un recorrido por sus salas organizadas en cuatro núcleos temáticos.
Los laberintos son espacios reales, recintos de encrucijadas y dilemas mentales. “Lugares creados por el hombre para perderse” según Borges y sitios para encerrar monstruos mitológicos y literarios desde la antigüedad.
Hasta el mes de noviembre, Fundación Proa presenta la exhibición “Laberintos” que expone ejemplos de la historia, la literatura, el cine y las artes plásticas realizando un recorrido por sus salas organizadas en cuatro núcleos temáticos.
El primero -a modo de introducción- con una video instalación 360º, muestra el origen del laberinto en el mito de Teseo y el Minotauro, posteriormente como símbolo religioso, más tarde -en el Renacimiento- en el interior del ser humano, hasta llegar a la contemporaneidad que se expande técnicamente al laberinto de la internet, considerado el más grande del mundo.
El segundo núcleo, la ciudad como laberinto, exhibe grabados de la mítica Jericó presentes en manuscritos realizados por maestros escribas, pasando por las cárceles de Giovanni Battista Piranesi y llegando a obras de artistas contemporáneos con ciudades intrincadas, reales o imaginarias, como los planos de León Ferrari, las acuarelas de Xul Solar o el molinete de Dan Graham.
El laberinto en la literatura es el tercer eje temático que presenta textos de Jorge Luis Borges, Umberto Eco, Julio Cortázar y Manuel Mujica Láinez. Los laberintos son sagrados y paganos, representan el camino de la perdición o el de la salvación y pueden provocar, como señala Borges en una entrevista, temor pero también esperanza; temor porque estamos perdidos, esperanza porque hay un centro, un plano, una arquitectura.
En la última sala, se expone la presencia del laberinto en el cuerpo; como deja entrever Antonella Bussanich en su video, que comienza con el trazado de un laberinto en la arena en alusión al de la Catedral de Chartres, hasta transformarse en un cerebro humano a través de una yuxtaposición y fundido de imágenes . Esta idea se encuentra también en las obra de Yoan Capote -quien parte del diseño del cerebro para abordarlo como un espacio laberíntico- y Michelangelo Pistoletto, donde el espectador pasa a ser parte de una instalación recorriendo su laberinto hasta finalmente encontrarse con el reflejo de uno mismo, cual Narciso en el agua.